viernes, 19 de septiembre de 2014

La nueva construcción de Guardiola



Comenzó la Champions League y el Bayern de Munich anuncia protagonismo indiscutible, aunque haya tenido que bregar muchísimo para imponerse al Manchester City. Su entrenador está en el plan de combinar la horizontalidad y la verticalidad en el juego, con la minuciosidad que lo caracteriza para concebir los movimientos de quienes dirige.

Zinedine Zidane se hará pasible a una sanción por haber ejercido como primer entrenador del Castilla en un partido oficial, y esto porque no tiene el título que lo habilita para ejercer como tal. Mientras tanto en el “Reino del absurdo”, el nuestro, sale a relucir con puntualidad cotidiana la disparatada consigna de que el seleccionador de la Absoluta debe ser nacional —aunque no tenga título, no importa— como si la partida de nacimiento fuera argumento profesional para intentar imponer a fuerza patriotera a quienes, muy probablemente, podrían ser embajadores de las buenas intenciones, pero que viven rotando en el mediocre carrusel de una docena de equipos que juegan en las canchas que pueden, la mayoría de ellas tan descuidadas que podrían acabar con los tobillos mejor cuidados.

En el barrio Guaracachi de Santa Cruz de la Sierra, una veintena de barras bravas de Oriente Petrolero buscaban a uno de Blooming para masacrarlo, al no encontrarlo, no tuvieron mejor ocurrencia que pegarles a los familiares del desaparecido y romper todo lo que encontraron a su paso en las viviendas invadidas; mientras en Brasil, el boliviano Marcelo Martins Moreno anotaba para el Cruzeiro su undécimo gol que lo reafirma como máximo anotador de la última versión del Brasilerao.

Entre el folklore, la idiotez y la violencia es imposible pensar que el fútbol sea cosa de gente que le rehuye al espontaneismo, con las convicciones puestas en su sitio, con los valores de convivencia como punta de lanza para encarar el extenuante partido a partido que se desarrolla en latitudes, donde los goleadores no son producto de rachas casi mágicas, sino de mucho y sacrificado trabajo, en el que los estándares de exigencia, el azar o la casualidad son combatidos con la espada de la seriedad y la búsqueda de la regularidad.

Un viaje televisivo de un par de horas me retornó el miércoles a la cancha de la rigurosidad, la del Allianz Arena, en la que el Bayern de Munich recibió al Manchester City para jugar la primera fecha de la Champions League 2014-2015. El ritmo de los noventa y tres minutos jugados fue el mismo de principio a fin, y solamente un descuido que dejó a Jerome Boateng con el espacio mínimo en el ingreso del área grande, permitió desnivelar el marcador cuando todo hacía presumir que acabaría en cero, gracias a la media docena de muy buenas atajadas de un muy atento Joe Hart.

Mientras la danza de millones y la efervescencia por vender-comprar todavía ocupa los titulares de algunos grandes diarios europeos, Josep Guardiola vuelve a demostrar la lucidez con la que encara sus tareas, afirmando que a jugadores como Xabi Alonso hay muy poco que enseñarles, que con sus características no necesitan de periodos de adaptación, porque su solvencia técnica y ubicuidad táctica les permiten desempeños como el exhibido en su debut con nueva camiseta y dejando constancia de que, muy probablemente, el exmadridista será un aporte más significativo y determinante para el campeón alemán, que el de Toni Kroos al Real Madrid, sencillamente porque el vasco sabe tanto defender como atacar, solidarizarse con sus compañeros de la línea de fondo, como pasar a asistir a los que van en busca de la última jugada.

Este Bayern ya juega más como quiere Pep que como lo hacía con la intensa verticalidad propugnada por Jupp Heynckes. Su salida de balón es tan sólida por bandas como por la avenida central del campo y para ello cuenta ahora, precisamente, con el perfecto equilibrio que es capaz de imprimirle Alonso, más el compactado fondo a la cabeza de Boateng y la salida en bloque por las bandas con laterales como Rafinha y Bernat, que en zona creativa tiene a Lahm, a Göetze; para la definición, todavía algo floja, están Müller y Lewandowsky, y estarán Robben y Ribéry.

Las durísimas críticas a cargo de Franz Beckenbauer en la pasada temporada —exasperante elaboración, abuso del toque, tendencia excesiva al recomienzo de la jugada— parecen haber tenido algún efecto, porque al estilo de ensanchamiento del campo, con cambios de frente progresivos, basados en el toque rápido, muy característicos en Guardiola, se agregan ahora entregas entre líneas más largas, cuando el rival deja los espacios suficientes como para intentarlo con éxito, cosa en la que el City se descuidó muy pocas veces, gracias, también, a su gran prolijidad defensiva y a su muy buena contraofensiva, con los muy solventes Silva y Touré Yaya, piezas fundamentales en el armado de juego de los de Manchester.

Da gusto ver jugar al Bayern. Cuando tiene el balón, hay un movimiento simultáneo hacia adelante perfectamente sincronizado de todos sus actores, y para retroceder, el gran conductor es Alonso, quien ya es brújula para sus compañeros, en estos tiempos en los que el volante múltiple se ha valorizado extraordinariamente con el desempeño de Javier Mascherano en la última Copa del Mundo.

Arquitecto de los movimientos del equipo e ingeniero obsesivo de la ejecución de los mismos, Guardiola va a intentar, ahora sí, con las características propias de la plantilla que dirige, hacer del Bayern una maquinita de perfección jugando a proponer, a atacar con la mayor cantidad —y toda la calidad— de sus delanteros, en el marco de una amalgama entre el juego en corto y los disparones en largo, si para recibir el balón en las puertas del área adversaria hay con quien hacerlo, con probabilidades de éxito mayúsculas.

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